Un regalo para compartir

Cada año, el 2 de febrero, se celebra en la Iglesia la Jornada de la Vida Consagrada. Hay muchos y diferentes caminos para responder con la propia vida a Dios. Él, Padre y Creador, desde siempre ha querido compartir su Vida con nuestra humanidad en su hijo Jesús, el infinitamente amado.
Nosotras, Misioneras Seculares Scalabrinianas, en la alegría de pertenecer a la Familia Scalabriniana, vivimos nuestra específica consagración secular en el mundo de los migrantes caminando tras las huellas de Jesús por el camino de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
En nuestra historia está creciendo, con la entrega de nuestra vida a Dios, la misión de compartir este don, recibido de Dios y reconocido por la Iglesia.
Experimentamos una profunda gratitud por el carisma que nos ha llevado - desde 1961 - a entrar en la historia de las migraciones para vivir en la modalidad de “sal y levadura” según el Evangelio. De hecho, mientras vivimos en los ambientes y contextos del mundo, diversificados por la presencia de migrantes de múltiples procedencias y culturas, compartimos nuestra vida tratando de captar el “tesoro escondido” en la realidad plural de las migraciones. Por este camino podemos valorizar, a través de las relaciones cotidianas, el sacrificio de los migrantes y las nuevas posibilidades que el éxodo madura en el camino, dando espacio a la providencia del Amor de Dios.
En la espiritualidad de encarnación del beato Juan Bautista Scalabrini (1839-1905) percibimos la presencia también de una dimensión “secular” en esa su particular atención a las realidades emergentes de la emigración italiana de su tiempo. Esta estaba marcada por separaciones dramáticas y riesgos especialmente durante los viajes transoceánicos. G.B. Scalabrini se mostraba atento a intervenir en diferentes niveles: humano, religioso, social, político, mientras sabía captar con la fe la esperanza inherente en las transformaciones en curso. Él vislumbraba una nueva humanidad universal y unida que, a pesar de las separaciones y sufrimientos de la migración, podía realizarse por la providencia de Dios, mientras los ojos y el corazón de tantas personas se abrían más allá de sus propios proyectos parciales y orígenes nacionales. De hecho, G.B. Scalabrini sabía captar que, a través de los acontecimientos que transforman la historia, “se está preparando una obra mucho más vasta, mucho más importante y sublime, es decir, la unión en Dios de todos los hombres”.
Ayer y hoy la presencia de los migrantes exige poner en la base de nuestras relaciones el don universal de la providencia y del Amor de Dios, que nos ha creado a su imagen y semejanza (cf. Gen 1,26). Nuestra humanidad desde el origen, ha sido llamada a participar en la Vida humano-divina del Hijo de Dios: Jesús, que en el misterio de su encarnación nos comparte su misma Vida filial en la divina comunión trinitaria.
Todos estamos enviados a una gran misión para realizar personal y conjuntamente el sorprendente proyecto de Dios, mientras nos abrimos a la vida divina de comunión entre las diversidades, en la que puede florecer en cada estación ese profundo y amplio diseño de paz que el Espíritu Santo está realizando, no sin nuestra participación humana y el aporte de cada uno en su diversidad. ¿Pero por qué camino?
El Camino humano-divino está delante de nosotros en la encarnación de la misma Vida filial de Jesús que, crucificado y resucitado, nos abre el paso hacia la meta deseada: la unión en Dios de todos los pueblos en un solo pueblo, la unión de todas las familias en una sola familia. Una visión entusiasmante que fascinaba al mismo beato G.B. Scalabrini y movía su excepcional creatividad en el amor de Dios y del hombre.
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