Caminar por la cresta

En nuestro mundo tan atribulado - ¿pero qué época está libre de tribulaciones? - la vocación secular nos envía a compartir desde dentro los dolores de un parto: en este recodo de la historia parece urgente que nazca un “hombre nuevo”, capaz de colmar la brecha que se ha creado entre la velocidad vertiginosa de los avances tecnológicos y científicos y la conciencia de sí mismos como seres humanos capaces de solidaridad y fraternidad.

Podemos decir así que nuestra vocación, que es también la de todo cristiano, nos sitúa en la búsqueda siempre viva de cómo estar en el mundo pero no ser del mundo (cfr. Jn 15,19), fieles al mismo tiempo tanto al Reino de Dios y a sus valores como al mundo con sus conquistas y sus inquietudes: hoy de hecho se comprende cada vez más que la experiencia de Dios implica interiormente la fidelidad a la tierra.

El famoso teólogo H. U. von Balthasar ha hablado a este respecto de paradoja, ya que requiere una doble y total fidelidad tanto a Dios como al mundo. “Es como caminar por la cresta entre el Reino de Dios y el reino de este mundo”, escribe, sugiriendo la imagen de la cima de una montaña.

“Caminar por la cresta” evoca por tanto una empresa nada fácil, pero también un lugar desde el que se abre una visión que permite a la mirada abarcar la montaña en sus dos lados con los valles subyacentes. La amplitud del escenario permite captar la variedad de un paisaje en el que los contrastes de formas y colores se componen en un conjunto sugestivo.
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La secularidad auténtica nos lleva entonces a ser contemporáneos de nuestro hoy, a permanecer en las realidades en rápido cambio (también en las más duras, como la migración) en una actitud contemplativa, para captar en ellas la presencia de Dios: la única capaz de auténtica novedad y de hacer “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).

En el artículo que sigue “Un camino en el mundo” (1981), Adelia, primera misionera de nuestro Instituto Secular, expresa el corazón profundo de la secularidad: la Encarnación de Jesús que ha salvado al hombre en su totalidad y entereza, hasta en sus gestos más pequeños, más aparentemente insignificantes: “En su hacerse carne, los ha hecho profundamente humanos, porque los ha salvado, los ha liberado, los ha impregnado de resurrección”.

Mariella
(Lee todo: Revista SSE 2024 n.1)