El nuevo año ha comenzado bajo el signo de graves incertidumbres y preocupaciones para muchas personas y países en el mundo. Especialmente los migrantes en el continente americano, pero también en otras regiones, ven cerrarse cada vez más los ya pocos resquicios de esperanza en una vida mejor que los animaban a caminar y a arriesgarse. Para muchos, el “nuevo comienzo” parece anunciar sobre todo dificultades y problemas.
En la Bula de convocatoria del Jubileo Ordinario del Año 2025, el Papa Francisco describía bien los sentimientos que pueden surgir dentro de nosotros: “En el corazón de cada persona está encerrada la esperanza como deseo y espera del bien, aunque no se sepa qué traerá consigo el mañana. La imprevisibilidad del futuro, sin embargo, hace surgir sentimientos a veces contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda”. El Papa deseaba que el Jubileo pueda “ser para todos ocasión de reanimar la esperanza”. No se trata de una evasión espiritual, de una ilusión porque “la Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones”.[...]
Para cada uno de nosotros, personalmente, Jesús es la puerta de acceso a la relación filial, confidencial, íntima con Dios, mientras nos revela nuestra identidad más profunda: la de ser hijos/hijas en el Hijo.
Es esta relación filial la que nos libera de los condicionamientos, nos reconcilia en lo profundo - con Dios, con nosotros mismos, con los demás, con la creación - y nos salva, es decir, nos devuelve a casa. Es en esta relación filial donde podemos recibir el don de empezar de cero y recomenzar, y, así, construir o vislumbrar con confianza muchos nuevos comienzos prometedores para cada uno y para todos, reconociéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre, yendo a contracorriente respecto a la mentalidad de odio y racismo que parece prevalecer como fruto del miedo.
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Cotidianamente comprobamos cuánto la emigración y la esperanza están inseparablemente conectadas. De hecho, lo que impulsa a los migrantes y refugiados es precisamente la esperanza de sobrevivir, de encontrar un futuro mejor, de vivir en paz. El actual obispo de Piacenza, Mons. Adriano Cevolotto, ha subrayado, con ocasión de la canonización de San G.B. Scalabrini, que, siendo este último el “Padre de los migrantes”, habría que añadir a sus varios títulos el de “Padre de la esperanza”, porque junto a los migrantes custodia también la esperanza.
De él, hombre de la concreción y de las grandes visiones, podemos decir justamente lo que el Papa Benedicto XVI escribía sobre la esperanza: “Toda acción seria y recta del hombre es esperanza en acto. (…) Así, por un lado, de nuestro obrar surge esperanza para nosotros y para los demás; al mismo tiempo, sin embargo, es la gran esperanza apoyada en las promesas de Dios la que, en los momentos buenos como en los malos, nos da coraje y orienta nuestro actuar” (Spe salvi 35). Podemos aprender de Scalabrini a dejarnos llevar por la “gran esperanza-certeza de que, a pesar de todos los fracasos, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor” (Spe salvi 35).
La esperanza cristiana no es un concepto, un deseo, un esfuerzo humano... ¡sino una persona viva! Podemos apoyarnos con plena confianza en la roca que es Jesús crucificado-resucitado, la esperanza en persona. Ante Él podemos entregar todo, incluso el grito de paz de la humanidad… dejando crecer a Él que es la paz para nuestra vida y para el mundo entero!
Regina
* Revista Sulle strade dell'esodo 2025 n.1 (pag.3) (Leggi tutto)

